César - 3/9/08

Los nueve miembros de esta discográfica formamos parte de una hermandad pequeña y secreta, y como en principio este blog nació con la pretensión de dar idea cabal de las visicitudes de un sello discográfico y la personalidad de sus miembros, pues visto que no hay nada destacable en este mes de septiembre –bien, si hay cosas que se están tejiendo, pero de momento no podemos desvelarlas-, vamos a pasar a la segunda unidad que es la de las impresiones estéticas.

Una hermandad pequeña y secreta digo. Pero es una hermandad un tanto especial, no hay un norte definido que nos guié a todos en la misma dirección, pero si círculos que van girando, como con planetas dentro, y que a veces nos ponen a todos en conjunción. A ver si me sé explicar. Nos gustan las mismas cosas pero por razones diferentes al mismo tiempo que nos gustan cosas muy diferentes por la misma razón. Algo así.

Pongamos el ejemplo del cine. No se puede decir que ninguno de nosotros sea un gran cinéfilo, pero sí que estamos interesados todos en ciertos géneros concretos –cada uno los suyos, aunque a veces los solapemos- a los que une la vocación de ser fervorosamente populares. En el sentido de estar construidos con materiales de desecho, enfocados a la mera diversión del público y a captar sus potencias menos intelectuales. Nuestro cine no suele salir en Fotogramas. En Cahiers du Cinema ya ni lo cuento. Nunca le darán un Óscar.

Ejemplos concretos. Uno de nosotros es devoto del cine americano de acción más ramplona y clichés más sancionados, al mismo tiempo odia el cine español en su conjunto, pero babea con el cine quinqui de los 80, cosa en la que coincide conmigo por la sencilla razón de que a mí el cine español sí me gusta, pero nada de El Orfanato, el último de mis milagros es conseguir Pepito Piscina. Y aunque El Orfanato no me guste –ni Amenábar- si puedo coincidir con otros en el terror y el gore. Pero no en el cine indie –sea lo que sea eso- del que algún otro es devoto. Así más o menos.

En fin, que yo sólo quería recomendarles una película, instando a los nueve que somos a que poco a poco hagan lo propio con alguna otra y con ello ofrecerles la filmoteca básica De Paseo. Podría hablarles de El Asesino del Taladro –el mejor retrato del NY nuevaolero del año 80 desde una peli de sang i fetge- o de El malvado Carabel –que si Edgar Neville hubiera sido de los USA nos ibamos a tragar aquí homenajes a espuertas-. Pero no, voy a escoger una película que vi en mi juventud y que me costó dios y ayuda volver a encontrar por métodos ilegales, aunque ya está reeditada en DVD. Una película dentro de la moda de los delincuentes juveniles –atentos a la exposición que se inaugura en el CCCB el año que viene sobre el tema-, del año 80, pero que va mucho más allá de eso, que representa en su trama la incomprensión del mundo en la adolescencia, el miedo a crecer. Manuel Gutiérrez Aragón ya había tratado el tema en otras ocasiones –y lo siguió haciendo-, pero aquí le quedo depurado y tembloroso. Quizás por la genialidad de una Cristina Marcos tan limitada y tan interesante que llegaba a imitar a la perfección a una chica de barrio del Madrid del los 80. Y de Fernán Gómez, que encaja a la perfección en el retrato urbano del fracaso que había estado intentando durante esos años (véanse El anacoreta o Feroz). Sus imágenes palpando el bolso de su hija o rebuscando en un frigorífico desierto son impagables.

Uffff, Cristina Marcos, barcelonesa, rodando La próxima estación –un Mercero al que sólo salva la banda sonora de Las Chinas- al mismo tiempo que Maravillas, la peli que les digo. Esa Cristina Marcos que se ahoga en comedias informales para televisión en nuestros días y que vuelve a estar espléndida en Mamá es boba. Deslumbrante al llorar mientras cabalga a Micky Molina y penosa al segundo siguiente. La verdad es que el cartel parece escogido por casualidad pero conjuntado por los dioses. Algo existe entre los debutantes Pirri –pobrecillo olvidado- y Quique San Francisco que convierte el odio que se han de profesar en pantalla en química pura.

La banda sonora, escasa y protagonista, bascula entre dos ejes significativos, el African Reggae de la injustamente olvidada Nina Hagen en los momentos de desmelene y un recuerdo de canciones sefarditas en los graves. Canciones que representan la familia de la muchacha y que en sus letras captan la esencia de lo que la película quiere, mansamente, avisar. “Se vive como se sueña: solo” es reflejo de la altura de esa poesía popular, tan explícita y más breve que el mensaje que le da a Maravillas su padrino Samuel mientras ésta pasea por la baranda de la azotea sobre Madrid: “Lo más importante en esta vida es no tener miedo. Quien es valiente vence. Quien tiene miedo se cae”.

Película de fracasos y de esperanzas se articula en torno a tránsitos, el tránsito de una ciudad que se estaba reinventando, el tránsito a la madurez de una chiquilla. Una conjunción que estalla en la postal de los tres amigos apoyados en un coche desvencijado. Es la fuerza de una película cuya endeblez formal es también un mensaje, el de que las cosas son siempre así, a salto de mata.

Pues a ver si consiguen la película y les alegra el septiembre. Y como siempre no vamos a cumplir lo que os prometemos: actualizar el blog más a menudo.

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